Hay
pellizcos que emocionan, como cuando sucede algo maravilloso… estamos
cumpliendo un sueño…o cuando nos sacamos un premio precioso podemos decir: “Pellizcame para ver que no estoy soñando”.
Hay
otros que no queremos recordar por dolorosos… una vez cuando tenía nueve años
una profesora me pellizcó. No fue tanto el dolor, sin embargo, me sentí
desconcertada, sorprendida, ofendida. Ahora cuando me acuerdo, me imagino que
estar frente a 30 niñas alborotadas, sin tener vocación de maestra, debe ser
muy difícil.
En
todo caso ahora tomo el pellizco como una metáfora donde la frase “Nada te puede herir más alla de tu piel”
adquiere sentido y grafica la idea. Quiero decir que cuando decimos, por ejemplo: “Me ha herido en el fondo del alma “, “Me ofendió con sus palabras”
son nuestros pensamientos acerca de lo que el otro hace lo que nos hiere.
Algunas veces además, son nuestras expectativas las que condicionan nuestros
pensamientos: “Es lógico que esté molesta
con él sino me saludó”.
Pocas
veces hacemos estas consideraciones, las reglas de cortesía sí ayudan a las
buenas relaciones. A lo que hago referencia en concreto es a circunstancias en donde las actitudes de
otros nos dañan y ofenden hasta el resentimiento. En estos casos sí ayuda a preguntarnos
qué hay detrás de lo que el otro está haciendo. Situaciones tan simples como
una llamada no devuelta, un saludo no correspondido y otras interpretaciones
arbitrarias de la conducta ajena… qué tal si solo nos preguntamos ¿Qué raro? ¿Qué
le habrá pasado? Cuando alguien nos diga algo ofensivo, podemos separarnos de
las palabras y decidir no aceptarlas.