La sintonía con la vida
Es un hecho
natural. Reconocer lo que es, tomar las cosas como
son. No es resignación, va más allá de la mera aceptación. Es
decir sí con alegría, con fuerza.
Empezar por reconocer que somos hijos de nuestros padres,
tal como fueron, a pesar de los juicios posteriores. La vida de nuestro padre y
nuestra madre, tal como fue, fue perfecta para que tengamos la nuestra. La
fuerza de la vida que está en nosotros es perfecta. Somos vida y
reconocernos "hijos" nos sintoniza con ella. “Ser hijo de” es
para siempre, cuando morimos seguimos siendo “hijo de.” Esta vida
la reconozco en el momento presente, aquí y ahora.
La fuerza de la concepción es extraordinaria, es pura
energía de vida y la biología de nuestra madre desde ese momento vela por
nuestra vida, cualquiera fueran las circunstancias.
En mi hay una nueva oportunidad de orden en el sistema
familiar y es en el momento presente, dirigiéndome al futuro que se materializa
este orden. Reconocerme como “hijo o hija de” me sintoniza además con
Algo más grande. Permite que nuestra vida
fluya espontaneamente en el respeto de la jerarquía natural, de la pertenencia
y del equilibrio entre dar y recibir.
No reconocernos como “hijo
o hija de” tiene como
consecuencia inmediata cortarnos de la vida y de su fuerza. Nos corta del
respeto instintivo a los órdenes
del amor. Me aleja de mi grupo familiar y provoca la exclusión de otros y
de mi misma. Este no reconocimiento es a veces sutil…
El querer que fuera diferente, tanto las personas como
las circunstancias, es una manera de no reconocer. Volver a los
órdenes del amor es un proceso que empieza por tomar conciencia de nuestro
lugar de hijo.